"La censura ya no es necesaria porque la autocensura hace el trabajo sucio"
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En una de las viñetas de Patrick Chappatte, el dibujante suizo, aparece Donald Trump sentado en una poltrona. Bajo sus pies se puede ver a Marck Zuckerberg, el fundador de Facebook, besando con docilidad y alto sentido de la servidumbre sus negros botines. Detrás de ellos, esperando su turno, Sam Altman, el director ejecutivo de OpenAI; Jeff Bezos, el dueño de Amazon y junto a él, Elon Musk. En primer plano, a modo de síntesis, se puede leer un ‘like!’ que refleja que los grandes magnates de la época están al servicio del poder.
Chapatte no es un dibujante cualquiera. Ha trabajado para The New York Times, Der Spiegel o la biblia de la prensa satírica, Le Canard enchaîné, y tal vez por eso conoce como pocos lo que se cuece en las redacciones. Y suya es la cita que precede esta crónica: “La censura ya no es necesaria porque la autocensura hace el trabajo sucio”.
Tampoco lo dijo en ningún sitio cualquiera. Lo ha dicho en Sant Lluís, donde nació una de las abuelas de Camus, y en donde se celebran desde hace nueve años las Trobades & Premis Mediterranis Albert Camus sobre el escritor franco-argenlino. Su objetivo es indagar sobre la obra del premio nobel, pero, sobre todo, conocer lo que le impulsó a ser un faro contra la injusticia, que como sostiene el editor de Mediapart, Edwy Plenel, es saber decir que no, que en el fondo es lo mismo que decir que sí.
No es contradicción, asegura Plenel, detrás del no a la injusticia hay un sí a la justicia, y de ahí que la clave sea explorar los límites de ambos conceptos, situados en valores clásicos como el respeto a los demás o la necesidad de compartir. Es decir, justo lo contrario, sostiene Plenel, de lo que proponen los nuevos autoritarismos. “En el mundo de Trump. Putin o Netanyahu sólo hay imposición, no hay reglas”. En definitiva, un nuevo mundo sin límites con capacidad para arrasar todo.
"La censura ya no es necesaria porque la autocensura hace el trabajo sucio"
Lo vio venir hace muchos años Gramsci, el pensador italiano, cuando dijo, en una frase muy conocida, que la crisis se produce cuando el viejo mundo no quiere perecer, pero, al mismo tiempo, el nuevo no acaba de aparecer. Son los momentos de transición, como los actuales, marcados por esa resistencia al cambio frente a la reacción. Hoy muchos lo ven como el nacimiento de un monstruo, pero entre las acepciones de este término se encuentra también el proceso de alumbramiento del proceso creativo. Es decir, lo inédito, lo desconocido, que en muchas ocasiones es lo mismo que decir lo transgresor, y de ahí la importancia de la libertad como el espacio —el único posible— más propicio para la creación.
Indiferencia y derrotismoHay dos formas de aproximarse a esta necesidad. Desde la indiferencia y el derrotismo o, como decía Camus, desde una conciencia no paralizante, es decir, desde el activismo. “La conciencia de la tragedia no debe paralizar como si se tratara de un conejo cegado por los faros de un automóvil”, decía. O expresado de otro modo, la tragedia sólo se puede combatir “con esperanza”. O con valor. Pero no sólo por parte de quienes escriben o participan en el proceso creativo. También por los lectores, por el mundo de la cultura, porque el valor, sostenía “es un acto colectivo”. En conclusión, “un acto con nosotros mismos”.
¿Y por qué este activismo? Para no caer en el mito de Medusa, es decir, la mirada paralizante que impide responder a la política anegada de maldad. Steve Bannon, uno de los principales asesores del Trump del primer mandato lo dijo con sinceridad: “se trata de saturar la zona con mucha mierda para que al final no se sepa qué es la verdad y qué es la mentira”. En otras palabras, la creación del caos, sobre el que emerge el populismo como medicina sanadora. Por supuesto, a través de las redes sociales o de cualquier otra herramienta utilizando los algoritmos, “que no son inocentes”, en palabras del editor de Mediapart.
"se trata de saturar la zona con mucha mierda para que al final no se sepa qué es la verdad y qué es la mentira"
De lo que se trata, según la cineasta Paula Ortíz, directora de la La Virgen Roja, no es de transformar el mundo, que es lo primero que se piensa, sino de lograr la transformación de uno mismo, como decía el director alemán Wim Wenders. Es decir, una manera indirecta de cambiar las cosas a partir de la responsabilidad individual. Entre otras razones, porque imaginar por uno mismo “obliga a hacerse preguntas”. El ruido, sin embargo, no deja ver, degrada la cultura y nos pone más cerca de la servidumbre que tanto irritaba a Camus.
La servidumbre es, de hecho, lo contrario a la libertad. Lo opuesto a la creación, que es el privilegio, como asegura la lingüista Lucía Sesma, de los seres humanos. Sólo el hombre puede imaginar el futuro. Sólo el hombre, dice el poeta nigeriano Ben Okri, es capaz de transformar el universo a través del juego. “Crear”, asegura, “es hacer un universo dentro del universo, es transformar lo espontáneo. Es imponer una nueva forma del universo. Y jugar es la mayor creación del poder de transformación de la mente”. El juego, en definitiva, es la mejor medicina contra el absurdo que tanto transtornó a Camus.
El Confidencial